29 marzo 2018

Viuda de Saint – Pierre, La. / La Veuve de Saint - Pierre. de Patrice Leconte

Francisco Peña.


La cinta francesa de Patrice Leconte, La Veuve de Saint – Pierre / La viuda de Saint – Pierre, llega a México a exhibirse en la XXXVII Muestra Internacional de Cine con el “originalisimo” título de El amor nunca muere, y ese no es el mayor de sus problemas.

La película francesa es el clásico ejemplo del (fallido) “cine de prestigio” en donde se conjuntan una serie de elementos de primer orden: un reparto excepcional de estrellas, un director de prestigio, una fotografía de primera, una historia de época de corte melodramático, escenarios naturales, una producción cuantiosa que se refleja en pantalla (barcos de vela, escenas en el mar, vestuario, uniformes, caballo negro, etc.).



Pero la suma de todos estos elementos de “primera calidad” en el papel no produce la sinergia esperada en la pantalla. No se ve allí proyectada una película extraordinaria o hermosa, o un melodrama de época que funcione para el cinéfilo. El resultado no es mayor que la suma de sus partes sino menor: la película de Leconte deja frío al espectador como el clima de la isla en la que se desarrolla la historia.

Todas las partes ya descritas no cuajan en un film armónico en este caso. Esos mismos elementos, hace muchos años y en menor proporción, en las manos de otro cineasta francés, si generaron el resultado esperado: una buena película. Basta que el cinéfilo recuerde –o vuelva a ver, que es mejor que la memoria- La historia de Adele H, de Francois Truffaut, con una joven extraordinaria llamada Isabelle Adjani.

Bastaría dejar correr en proyección a ambas para ver las fallas de El amor nunca muere.

En primera instancia, La viuda de Saint – Pierre / El amor nunca muere, es un melodrama que no funciona. Los sentimientos expuestos se quedan embarrados en la pantalla y no causan eco en el espectador, ni molestia, ni interés… sino aburrimiento en espera de que “la película se componga” después, cosa que no sucede.


No hay momento en que la cinta provoque un sentimiento en el espectador semejante al que se pretende plasmado en la pantalla y, al no compartirse lo que ocurre, el cinéfilo ve desfilar el relato con más pena que gloria sin “involucrarse” emocionalmente en la historia.

Con base en una anécdota histórica, Claude Faraldo (el guionista) arma un triángulo amoroso “sutil” donde el amor no se atreve a decir su nombre porque no existe. El capitán Jean, del ejército francés, está comisionado en la isla de Saint – Pierre cerca de Canadá a mediados del siglo XIX. Su esposa, Madame La (Juliette Binoche), es moderna e independiente y tiene su propio criterio.

Ambos se interesan por la suerte de un asesino, Ariel Neel Auguste (Emir Kusturica en la actuación más decente del film). Neel es condenado a muerte pero tiene que esperar meses a la llegada de la guillotina que viene por barco desde la isla de La Martinica. Además, no hay verdugo que arme el aparato y ejecute al prsionero.

Por algo que sólo entiende Madame La (y que Leconte no puede lograr que ¡ Juliette Binoche ¡ nos transmita), ella se interesa por el prisionero, le enseña a leer, lo protege, le consigue esposa y logra integrarlo a la comunidad. Nunca se entiende si es caridad cristiana o interés liberal por los desposeídos.


Neel responde cambiando su conducta: ayuda a las viudas, deja de beber, repara las casas, se convierte en un miembro valioso y estimado de la comunidad.

El capitán Jean (Daniel Auteuil) no desconfía de su esposa y les permite todas las actividades. Incluso deja que el prisionero salga de la celda y deambule por toda la isla.

Tres cosas se salvan de La viuda de Saint – Pierre / El amor nunca muere (me resisto a usar este título telenovelesco que no dice nada de la cinta): la actuación del director y ahora actor Emir Kusturica y la secuencia de acción donde Neel salva a una mujer durante el translado de su casa de madera, frenando su caída por la pendiente de una de las calles del pueblo.

La tercera es una parte del relato, que se disuelve en el fallido “triángulo” de los personajes principales: el enfrentamiento social entre los gobernantes conservadores de la isla contra el capitán liberal apoyado por su mujer y la comunidad de Saint – Pierre.

El hecho de que Neel deambule libre por la isla e interactúe con sus habitantes es una afrenta política que el gobernador y sus amigos burgueses machistas no pueden tolerar (porque hasta entre sus esposas se cuela la popularidad y la nada discreta atracción por el condenado).

La oposición entre ambos grupos, su estira y afloja constante alrededor del condenado Neel, toma cuerpo en otra buena secuencia. En casa del gobernador están presentes Madame La y el capitán Jean. La disposición de hombres y mujeres en cuartos separados indica más socialmente de lo que se dice.

El hecho de que Madame La deje el drawing room asignado a las mujeres y literalmente “invada” el salón fumador de los hombres (último sancta sanctorum de la masculinidad burguesa) equivale a una declaración de guerra.

El resto de la historia del enfrentamiento, las maniobras de los burgueses, la llegada de la guillotina y la “contratación” de un verdugo, pierde fuerza al intercalarse con el “triángulo” que se desarrolla en una serie de momentos muertos que se quieren poéticos pero que son esencialmente retóricos y huecos.


Mientras Madame La deambula con Neel por todas partes, el capitán cabalga por todos lados en su corcel negro sin dirección aparente. Todo lleno de imágenes bellas que no aportan nada a la historia y en medio de diálogos pomposos que no profundizan en la psicología de los personajes y mucho menos la matizan.

Las mismas situaciones se repiten entre los tres, pero sus variaciones no hacen avanzar el relato. Dichas variaciones no cambian, enriquecen o alteran el largo curso de la narración. Por ejemplo, el capitán Jean dice profesarle un gran amor a su esposa y pretende apoyarla en todo momento pero, al final, sólo se le percibe como un buen “mandilón”. Sus sentimientos y actitudes liberales dejan frío al espectador.

Leconte también desaprovecha en pantalla la presencia de la extraordinaria Juliette Binoche. El director sólo consigue de la actriz un catálogo de tics y manierismos. Toda la brillantez actoral de Juliette Binoche demostrada, por ejemplo, en Los amantes del puente nuevo (Carax) o Azul / Bleu (Kieslowski), es desaprovechada.


Y si Leconte se quedó cortó en la dirección de esta extraordinaria actriz, que decir de otros elementos de gran costo en la producción: los barcos de vela, la isla, la fotografía (¡que bonitos barcos, que bonitos barcos¡), la reconstrucción de la época… También desperdicios.

¿Cuál es entonces la falla? La realización cae en la retórica cinematográfica.

Un ejemplo: el capitán Jean suelta a su caballo negro cuando parte de la isla. Leconte se regodea con la imágenes del corcel corriendo como loco en un intento de simbolizar “la libertad perdida” del capitán y de asemejarlo al personaje.

Estos mecanismos gastados de imágenes ya vistas, de edición paralela que no aporta nada al desarrollo de la historia, de manejo de cámara sobre los rostros, denotan una puesta en escena en la cual Leconte no supo manejar los elementos que tenía a mano para lograr un film que pudo ser intenso y atractivo para el espectador (hay que volver a recordar La historia de Adele H.).

La fallida puesta en escena se replica por todas partes: miradas van y miradas vienen entre los tres personajes, pero del amor del capitán y su mujer no se desprende una pasión (y menos la siente el espectador). Entre Neel y Madame La no hay ambigüedad emocional que oscile entre amor o agradecimiento sino jueguitos inocuos.

En síntesis: no se despiertan ni se comparten sentimientos entre obra y espectadores, cualidad de un melodrama bien logrado.

Por ello, El amor nunca muere / La veuve de Saint – Pierre es el clásico ejemplo del falso “cine de prestigio”. Es un film hueco que no produce eco en el espectador.



EL AMOR NUNCA MUERE / LA VEUVE DE SAINT – PIERRE. Producción: Cinéimaginaire, Ephithete Films, France 2 Cinéma, France 3 Cinéma, Fréderic Brillion, Gilles Legrand. Dirección: Patrice Leconte. Guión: Claude Faraldo. Año: 2000. Fotografía en color: Eduardo Serra. Música: Pascal Esteve. Edición: Joelle Hache. Intérpretes: Juliette Binoche (Paline, Madame La), Daniel Auteuil (capitán Jean), Emir Kusturica (Ariel Neel Auguste), Michel Duchaussoy (gobernador), Phillipe du Janerand (Douarnier). Duración : 112 minutos. Distribución: Quality / Artheus.