29 marzo 2018

Charlie y la fábrica de chocolate / Charlie and the chocolate factory, de Tim Burton

Burton & Depp y su fábrica de sueños

Francisco Peña.

El director Tim Burton y el actor Johnny Depp forman una de las parejas creativas de artistas más famosas en el mundo del cine. Las películas que han rodado juntos son de culto y marcan, claramente, un intercambio creativo que beneficia a los amantes del cine.


En la historia del cine hay muchos binomios que impulsaron el desarrollo del Séptimo Arte. La primera es la de David Wark Griffith y Lilian Gish, que juntos hicieron El nacimiento de una nación (1915) y Capullos rotos (1919), entre otras. El cine de uno no se entiende por completo sin el aporte artístico de la otra.


La mayor parte de las parejas reconocidas son entre director y actriz, como las de Fellini y Giulietta Masina en La strada, Las noches de Cabiria, Julieta de los Espíritus, Ginger y Fred; Ingmar Bergman y su rosario de actrices-compañeras sentimentales: Harriet Andersson (Un verano con Mónica, Gritos y susurros), Ingrid Thulin (Fresas salvajes, El rito), Bibi Andersson (El séptimo sello, Fresas salvajes, Persona, El toque) y Liv Ullmann (Persona, La hora del lobo, Vergüenza, Cara a cara, Escenas de un matrimonio y Zarabanda) y a quien le confió la realización de su guión Trollosa. Woody Allen creó gran parte de su cine de la mano de Diane Keaton.


Bergman también recuerda a los binomios creativos director-actor con Max von Sydow y Erland Josephsson. Fellini tuvo su alter ego con Marcello Mastroianni (La dolce vita, 8 1/2, Entrevista); el cine de Scorsese no sería lo mismo sin Robert de Niro (Taxi Driver, Buenos muchachos); la obra de Werner Herzog está ligada a Klaus Kinski (Aguirre, Fitzcarraldo); el cine de Andrzej Wajda se goza también gracias a los actores polacos Zbigniew Cybulski y Daniel Olbrychski, y claro, ese binomio de siameses inseparables: Orson (el actor) y Welles (el director) con El ciudadano Kane.


Como las parejas anteriores, Burton y Depp han creado magia para la pantalla. Burton es un director genial cuya fantasía desbordante construye imágenes innovadoras para los ojos de su público, y su sello es inconfundible. En esa avalancha de "mundos desconocidos" está una extraordinaria entrega de la dupla: Charlie y la fábrica de chocolate.



En la maravillosa amalgama fílmica de Burton, destaca la versatilidad de Johnny Depp como el chocolatero Willy Wonka. La pareja hace alarde de un extraordinario humor negro, donde las paradojas visuales de Burton encuentran su contrapunto en los diálogos ácidos de Depp. Gracias a la mancuerna de cineastas, la fábula moral de la cinta funciona muy bien para destrozar a los que siempre buscan salirse con la suya.

Burton crea imágenes sorprendentes sobre escenografías inéditas, con una luminosa pirotecnia de efectos especiales, coreografías acuáticas a lo Esther Williams, y números musicales donde sólo faltan los abanicos de Busby Berkeley. Mientras Depp da cuerpo al sarcasmo fino de Wonka, que se desgrana frente a cuatro enanos insoportables y uno más, en apariencia fracasado y mediocre, pero que encarna la verdad verdadera: los valores éticos reales se expresan en la relación con familia y amigos, no en una perversa lealtad ciega e hipócrita hacia una empresa, por más chocolatera que sea.


Ojo, el billete no es todo en la vida: Charlie rechaza la dirección de la fábrica por no separarse de su familia y, así, puede establecer después una amistad real con Willy y reconectarlo con la vida.

Los cuatro enanos, que comenzaron desde pequeños a cultivar las mañas de la clase media alta, acentúan las perversiones morales de sus padres:

El gordo tragón, obsesivo-compulsivo, que no acepta límites a su gula desmedida.

La Barbie que se autodeclara ganadora en todas las situaciones para ser reconocida como la máxima autoridad en chicles, en un acto estúpido de "asertividad" (que esconde a su hermana real, la agresividad).

El violento y escéptico niño tecnócrata, que no cree que exista la magia en la televisión ni en ninguna otra parte, que se impone dando siempre manotazos en la mesa.

La niña caprichuda, controladora, prepotente y autoritaria, que termina en la basura de la película y de la historia.


Catálogo sarcástico de las facetas de una misma egolatría estadounidense.

En este último caso la ironía cinéfila de Burton llega al máximo. El humor negro cuyo blanco es 2001: Odisea del Espacio, cuando Burton transforma al famoso monolito negro en una barra de chocolate Wonka, frente a los simios originales de la película de Kubrick. Varios se zafan de esta penosa omisión cinéfila subrayando su acuerdo con la finta (falsa) lanzada por Roger Ebert, que habla de la actuación de Depp como un fusil de Michael Jackson. ¡Uffff....!


Estos monstruos y el buen Charlie cobran vida por su interrelación con Depp-Wonka. La sútil ironía de Wonka funciona gracias a los finos matices actorales de Depp, con la mano de Burton detrás: cuando los cuatro enanos van a caer en el grave error que los descalifica, Depp-Wonka les advierte del peligro... pero jamás es escuchado.


La extraordinaria capacidad cinematográfica de Burton y Depp, en esta sinérgica fábrica de sueños que ambos han fundado, es el resultado lógico de sus anteriores colaboraciones en pantalla.

La primera es la genial y tierna El Joven Manos de Tijera (1990), donde Depp encarna a la perfección el deseo de Edward por el contacto humano, basado en los arquetipos fílmicos del vagabundo de Chaplin, la seriedad de Keaton, y el contrapunto delicioso de la joven Winona Ryder. Aquí también los ambientes surrealistas de Burton forman un telón de fondo adecuado para el inadaptado personaje al que da vida Johnny Depp.

La siguiente colaboración entre director y actor es la cinta Ed Wood (1994), que es un gesto de cinefilia amorosa para el cine de género estadounidense. Es más notoria la mano temática de Burton al rescatar la figura de un Bela Lugosi en plena decadencia y cercano a la muerte. No es un homenaje al cine basura, que finalmente es eso: basura. Es un emotivo reconocimiento a quienes, como Wood, buscan hacer cine con los más mínimos recursos debido a carencias financieras; no por explotación directa de un público desprotegido ante la voracidad económica de la industria cinematográfica, que sólo manipula la necesidad legítima de diversión, ante la complacencia o idolatría de algunos críticos y diletantes despistados estéticamente, que son los que en realidad no tienen nada de contenido fílmico en la cabeza.


La tercera colaboración entre Burton y Depp es La leyenda del jinete sin cabeza (1999). Esta vez el personaje inadaptado que encarna Johnny Depp es Ichabod Crane, que contiene matices actorales anteriores como los que manejó Basil Rathbone, que fue, durante años, el rostro inconfundible asociado al Sherlock Holmes creado por Sir Arthur Conan Doyle. Es innegable que esta cinta también tiene raíces en la cinefilia de Tim Burton, que en esta ocasión se enfoca a las películas inglesas producidas por la ahora famosa productora Hammer.

Esta cadena de colaboración artística de cuatro películas se extenderá en las próximas semanas con un eslabón extra: la cinta de animación El cádaver de la novia. Vuelven los ambientes tétricos y mórbidos que tanto le gustan a Burton para ubicar, de nuevo, una historia de amor imposible que oscila en las fronteras de la vida y la muerte. Presente, otra vez, está la ironía y la mordacidad, el humor negro que ambos artistas han manejado en diferentes tonos, en distintas películas.


La fábrica de sueños Burton & Depp sigue produciendo excelentes fantasías artísticas, para regocijo de todos los espectadores que gustan también del mejor chocolate del mundo del cine.