01 enero 2017

El perfume y (otros) olores en las películas

El Perfume, cinta del alemán Tom Tykwer, pone al centro de la pantalla -y la narración- al olfato. Pero ya el cine evocaba olores, en especial, el del amor.

Francisco Peña.

"Nada puede curar al alma sino los sentidos... así como nada puede curar a los sentidos sino el alma". Oscar Wilde.

Jean Baptiste Grenouille, el obsesivo perfumista que se dedica a matar jovencitas para extraer el aroma de sus cuerpos y mezclarlo en una esencia irresistible que incita al amor y de paso lo convierte en "un ángel", pone en close up a un sentido muy usado pero poco reconocido: el olfato.



A partir del libro homónimo de Patrick Suskind, Tykwer se da a la tarea de transvasar al cine esta obra. Algunas de las objeciones que se le hacen a esta buena película es que no tiene “el impacto olfativo del libro”. El error está en que tanto cine y literatura, como artes, no transmiten el olfato en directo sino que usan sus propios medios específicos, imagen y palabra, para sólo evocarlo.


Pero antes de El Perfume, los olores ya estaban "presentes" en el cine.


Olfato y aromas aparecían ligados a los otros sentidos, como en la excelente Cinco sentidos (Jeremy Podeswa, 1999). La cinta canadiense entrelaza cinco historias que representan a cada uno de ellos. La que interesa aquí es la de Robert, bisexual con preferencia homosexual, que encarna al olfato. Influenciado por la novela de Suskind, Podeswa hace que Robert huela a sus antiguos amantes -hombres y mujeres- para descubrir en el olor del otro si todavía es amado. Admira el arte de una diseñadora moderna de perfumes mientras busca a que "huele el amor". Después de señales olfativas de fracaso, su calidad humana es reconocida por una pareja casada: le regalan la primera botella de un perfume recién diseñado. Al oler la esencia descubre que es querido y llora.


Psicópata americano / American Psycho, basada en la novela homónima de Bret Easton Ellis, combina asesinatos seriales con ciertos aromas. El famoso Patrick Bateman hace un catálogo de perfumes de marca portados por sus víctimas, en la época en que estaban de moda Halston (por fin un perfume estadounidense que competía con los franceses, ¡exquisito!), Poison o Panther.


Perfume de mujer en sus dos versiones: la italiana original (y la mejor) Profumo de donna (Dino Risi), con Vittorio Gassman y Agostina Belli, que después se convirtió en el remake hollywoodense con Al Pacino. En ambas, la ausencia de la vista es compensada, entre otras cosas, por el olfato que descubre los matices de la personalidad de una mujer por el perfume que porta y su mezcla con su olor individual. La descripción que hace Al Pacino de la mujer que encuentra al final de la cinta sorprende por lo certera, gracias a un diálogo brillante.


El olfato pierde protagonismo y se combina con otros sentidos que toman la preeminencia. Es el caso de comida y olores en la cinta griega El sabor de la vida/Un toque de canela (A touch of spice, Tassos Boulmetis) y la alemana Las delicias de la vida (Bella Martha - Mostly Martha, de Sandra Nettlebeck). El énfasis está en reconocer los aromas y sabores que aportan las especias y los ingredientes a la comida como manifestación humana y de amor. Olores de canela, albahaca, romero o tomillo ayudan a que la comida sea degustada en reuniones familiares o situaciones de seducción.

En la cinta de Boulmetis, la habilidad de una cocinera y, por lo tanto, su capacidad para ser una novia digna, depende no sólo del sabor del platillo preparado sino también de la fragancia que despide. En la película de Nettlebeck, una niña anoréxica come, por primera vez en días, gracias al aroma que despide un exquisito spaghetti “al burro” con albahaca. En los dos filmes europeos, olfato y gusto están finalmente asociados a los altibajos del amor entre los protagonistas.


El cine mexicano también tiene su olor dramático, cómico o melodramático. Por ejemplo, Perfume de violetas (Maryse Sistach), La marca del zorrillo, y Como agua para chocolate, de Arau. En la primera se relaciona con el mundo trágico de las adolescentes. En la segunda es el arma perfecta para que Tin Tan se defienda y triunfe. En la tercera forma parte del carácter de los personajes y de la cocina que los expresa. Pero el olfato es incidental, el eje de la historia ya está en otra parte.


En la mayor parte de las películas, el olor aparece sólo en momentos y/o diálogos brillantes, como en Belle Epoque (Fernando Trueba), ubicada en 1931, cuando el padre (Fernando Fernán Gómez) de cuatro hijas se queja con el cura de que un joven se ha quedado en su casa: "Eso, querido Luis, es el jodido seminarista, que no ha cogido el tren y se ha venido aquí al olor del coño de mis hijas".


La escena más conocida en el cine que describe un olor es el monólogo inolvidable de Robert Duval (Kilgore) en Apocalipsis Ahora (Apocalypse now, Coppola, 1979-2001). En medio del caos, de la muerte y el absurdo de la Guerra de Vietnam, este oficial que representa el militarismo basado sólo en el poderío del más fuerte, sintetiza todo el fenómeno en un aroma: "Napalm, hijo. Nada en el mundo huele así. Amo el olor del napalm en la mañana... Sabes, una vez, durante doce horas, bombardeamos una colina, y cuando todo acabó, subí. No encontramos ni un cadáver de esos chinos de mierda. ¡Qué olor a gasolina quemada! Aquella colina olía a... Victoria."

El Perfume es la victoria de la evocación del olfato en el cine. Quizás es la primera película que lo convierte en el eje principal del argumento. Todo gira alrededor de la búsqueda de la esencia que capture aromas y los preserve para siempre, ya que "el alma de los seres es su olor". El director “visualiza” el olfato por medio de sus efectos entre los personajes, y refuerza la impresión del espectador con ambientes sociales, actuación y gestualidad. Usa los medios del cine y no de la literatura para llevarnos, por otro camino, a la misma meta. Pero jamás sabremos en realidad a que huele la esencia recopilada por Grenouille de las fragancias de las jóvenes asesinadas, ni en cine ni en la novela, a pesar de descripciones, comparaciones y metáforas escritas.


Los únicos olores reales que nos llegan al leer o ir al cine son los que nos rodean en el momento, como la exquisita fragancia de la morena que va a nuestro lado en el metro (cuando leemos), o la peste insoportable de algún filmópata con flatulencias “postpalomitas con extramantequilla”, pero que no se huele a sí mismo como le pasa a Grenouille. ¿Qué ocurriría si las películas trasmitieran también aromas en directo? Saldríamos asqueados del cine al descubrir que a El Santo “le ronca grueso la bisagra” luego de pelear contra las mujeres vampiro, y acaba sudado como “león enjaulado”. Sabríamos que las vampiras mueren no con ajos y crucifijos sino por el olor “rugiente” del luchador mexicano.


Como en El Perfume, es mejor que cine y literatura guíen nuestra imaginación olfativa de la mano, aunque la esencia que evocaré será la de la morena del metro y jamás coincidirá con la peste del filmópata.