25 diciembre 2016

Ladrón de bicicletas / Ladri di bicliclette,de Vittorio de Sica

Ladrón de bicicletas: su inesperada actualidad

A décadas de su estreno la cinta de Vittorio de Sica celebra paradójicamente su edad. Su retrato amargo del desempleo recupera de golpe su vigencia en esta crisis globalizada que arroja a millones a la calle.

Francisco Peña.


Incertidumbre, angustia, depresión, desesperación y llanto son emociones que expresa el rostro en pantalla de Antonio Ricci, hoy compartidas en carne propia por millones que pierden su trabajo de un día a otro y sin explicación alguna.

Ladrón de bicicletas, de Vittorio de Sica, es uno de los pilares reconocidos del neorrealismo italiano, movimiento de renovación del cine que en los 40 planteó una posición honesta frente a la realidad. Fue una reacción contra la manipulación del cine fascista y sus cintas de héroes de guerra (pérdida) o melodramas ubicados en la alta burguesía (los “teléfonos blancos”); también reaccionó contra el cine clásico de Hollywood que inundó las pantallas al terminar la Segunda Guerra Mundial.



Inmerso en la crisis económica de la Italia de posguerra, el neorrealismo propuso una nueva forma de hacer cine para captar la realidad. La solución que encontró es raíz viva del cine moderno. Se abocó a filmar situaciones sociales contemporáneas con personajes sacados de la masa anónima: obreros, desempleados, de clase media baja, colocados en momentos cotidianos. Dejó atrás a actores profesionales y buscó entre gente de la calle quién los representara, se alejó de los estudios y se fue a plazas y mercados. Se filmaba rápido y se improvisaba para plasmar la dinámica de la realidad expresada en un ir y venir constante. El neorrealismo se sinceró al presentar personajes que se encuentran con la paradoja de que los acontecimientos sociales los sobrepasan y son incapaces de solucionar los problemas. Es realidad dislocada.


En este contexto, las primeras cintas de Rossellini se enfocaron al conflicto bélico de la Segunda Guerra y sus consecuencias. Ladrón de bicicletas es la primera que se ocupa de la posguerra y la situación social con las características del neorrealismo italiano. Luego de dos años de desempleo Antonio Ricci consigue por fin un trabajo pegando carteles en las paredes de Roma y el requisito es que tenga bicicleta. Aquí surge la única solidaridad posible: la red familiar y de amigos ya que las demás no funcionan o son deficientes. La esposa empeña lo último que tiene (sabanas de lino) para desempeñar la bicicleta.


Con uniforme y trabajo Ricci recupera sonrisa, esperanza, alegría y dignidad, como hoy lo haría cualquier mexicano que obtiene trabajo. Pero la suerte le voltea la espalda, le roban la bicicleta mientras pega carteles de Rita Hayworth. Las situaciones filmadas en 1948 son asombrosamente parecidas a las actuales. Es como si ahora a alguien le robaran el triciclo con el que vende “ricos tamales oaxaqueños”, la camioneta con que vende naranjas “para que se chupe los bigotes el viejo” o el taxi Tsuru de segunda mano cuyas mensualidades aún se están pagando. En un instante la vida se vuelve un desastre.

Ricci levanta la denuncia pero el funcionario le advierte que sólo es un trámite para justificarse en el empleo. Ningún policía buscará la bicicleta, la alternativa es que él la encuentre. Hoy es igual. Ninguna autoridad buscará realmente los objetos robados (o a uno que otro secuestrado), la denuncia es sólo burocracia para demostrar inocencia en caso de que lo robado se use después en un delito, los familiares tienen que hacer las pesquisas del caso (y quizás denunciar pública pero inútilmente a una que otra banda de secuestradores).



Ya despojado Ricci busca ayuda. El sindicato no sirve de nada, empantanado en la repetición momificada de consignas sobre la lucha de clases alejadas de la realidad diaria. Los amigos lo acompañan, junto con su pequeño hijo Bruno, a buscar en los mercados de la economía informal donde se vende lo robado. Ya no buscan la bicicleta completa sino llantas, asiento, cuadro y hasta el timbre: los pedazos desmantelados. Es el mismo vía crucis que siguen los que buscan piezas de su camioneta usada para recuperar sólo los rines de las llantas.


En su búsqueda Ricci recurre a una vidente como medio sobrenatural para solucionar lo real, pero sólo obtiene una evasiva a cambio del dinero que le queda. Hoy florecen cultos mágicos alternativos a los que se adhieren miles de paisanos que buscan una salida a sus problemas y que no ven una solución por vías normales. Ricci descubre al ratero en un burdel, un joven cínico y arrogante, y con Bruno intenta detenerlo pero se arriesga al linchamiento por parte de los vecinos del joven ya involucrados en la corrupción. Al hombre sólo le queda convertirse también en ladrón y robarse otra bicicleta pero está solo, nervioso, es torpe, improvisado. La diferencia es patente con el joven miembro del crimen organizado.


Es la diferencia entre quiénes actúan sólo por hambre y terminan en la cárcel frente al eficaz modo de producción del crimen organizado, sea para “producir” secuestros, narcomenudeo, lavado de dinero, robo de autos (incluso con “pedidos” especiales). Diferencia que se ve en la división social del trabajo de la cadena delictiva con sus estrategas universitarios, ladrones, compradores mayoristas, desmanteladores, vendedores al menudeo y ejércitos privados. Diferencia entre desempleados que buscan sobrevivir “sólo por hoy” y quiénes piensan que la única forma de vivir muy bien es el crimen.



En ese sentido, a décadas años de su estreno, la película italiana puede verse como crónica de los “daños colaterales”. Pero también puede leerse como un rayo de esperanza: mientras Ricci llora su impotencia, la mano del pequeño Bruno se enlaza a la suya mientras ambos se pierden de nuevo en la multitud de la que salieron. Es en el amor y la solidaridad como podría sortearse el desempleo que amenaza con arrasarlo todo. Mientras tanto, Ladrón de bicicletas se convierte involuntariamente en un recuerdo del porvenir desolador.