12 diciembre 2016

Humanidad, La / L'Humanité, de Bruno Dumont

Francisco Peña.


Esta cinta está dentro de la tradición de la narrativa cinematográfica que busca mostrar un estado de cosas más que narrar una historia. Este tipo de trama en el cine es una de las más difíciles de sostener ante el público.

Normalmente la trama de revelación de un estado de cosas, la vida tal como es, equipara el tiempo cinematográfico al tiempo real, lo que transforma las secuencias en el cine en largas tomas donde no hay elipsis ni concreción como en las narraciones más clásicas.



El movimiento de los actores, sus diálogos y reacciones son captadas por la cámara como si fuera un ojo que mira la realidad sin alteraciones en su tiempo real.

Pero el grave peligro de estas cintas es que la relación tiempo cinematográfico casi igual al tiempo real derive en un soporífero aburrimiento para el espectador. De esta trampa muy poco se salvan: Angelopoulos es uno de los pocos ejemplos.

La cinta de Bruno Dumont cae en la trampa y se ahoga en ella.


La trama se refiere a la investigación de la violación y muerte de una menor. Uno de los encargados de investigar el crimen es Pharaon de Winter, que trabaja como teniente de la policía local. En principio se habla de sus relaciones con las personas que lo rodean: compañeros de trabajo, su madre y, especialmente, sus amigos Domino y Joseph que son pareja, y no del caso criminal.

La cámara capta momentos muertos de la vida de Pharaon: su voyeurismo, los pasos que da para investigar el crimen, sus relaciones con sus amigos, tus tiempos libres. Pero lo que se quiere mostrar es un retrato del personaje sin falsa psicología, que termina por convertirse en el boceto de un personaje desvinculado socialmente que deambula en la periferia de los acontecimientos.


La personalidad de Pharaon se manifiesta a cámara mediante unas pocas expresiones, miradas perdidas, silencios y diálogos superficiales. Esta situación se plantea, con ligeras variaciones, a lo largo de 148 minutos. Aun los momentos más dinámicos en pantalla no son más que islotes en el flujo del aburrimiento generalizado.

También se narra la relación Domino – Joseph cuyos momentos culminantes son los encuentros sexuales de la pareja. El sexo es frío y los personajes no “conectan” entre sí, replicando una tendencia del cine francés en la línea de Romance X y Baise – moi. Pero en este caso el sexo se siente exagerado como para remarcar la incomunicación y separación de ambos.


Dumont opta por mostrar al público los momentos muertos de la vida de Pharaon y quienes lo rodean en su vida diaria. Su opción deja a un lado, no por elipsis narrativa sino por elección estética, los puntos que se considerarían normales para contar en un argumento de este tipo. Así, vemos poco del policía y demasiado del humano anódino que es Pharaon; aun la revelación final de su bisexualidad no sacude al espectador.

El mejor momento de la cinta es cuando Pharaon presta un cuadro pintado su abuelo, del mismo nombre, para una exposición retrospectiva. Lo curioso es que lo más interesante está colgado en las paredes del museo y no en el diálogo entre el policía y el curador de la exhibición.

Los argumentos que se han enarbolado que Pharaon sufre por la "empatía" que siente con las personas, su "sencillez y humildad" naufragan porque estos conceptos no están reflejados en pantalla. Tal pareciera que se buscan adjetivos para llenar un vacío; esto habla más de quien los escribió que de la película misma.


El hecho de intentar empatar tiempo real con el cinematográfico es una elección estética válida pero, como afirmé, riesgosa en sus resultados. Narrar la vaciedad y el absurdo del ser humano (de la humanidad toda a partir de unas pocas entidades, como pretende Dumont) no tiene por qué dar como resultado una película vacía y sin sentido.

Como contrapeso se puede citar también la cinta francesa de Gaspar Noé, Sólo contra todos, que se exhibió en el XIX Foro Internacional de la Cineteca. Aquí un carnicero coquetea con el incesto, el asesinato y el suicidio por el fracaso que es su vida. Se cuenta la historia con momentos muertos, reflexiones en off del personaje, un deambular por las calles y diálogos sueltos. Pero Noé SI consigue la tensión, la violencia contenida, la visceralidad y el vacío lacerante que falta por completo a Dumont.


Gaspar Noé si sacude al espectador con una cinta de trama de revelación, mostrando como son las cosas y con tiempos cinematográficos semejantes al tiempo real.

Bruno Dumont tiene la libertad de emplear este tipo de trama narrativa, con una realización adecuada, y con el famoso “rigor” que encanta a ciertos críticos y programadores. Pero esa libertad de plantear su película con este estilo y trama sólo logra la somnolencia del espectador, que seguramente saldrá antes de que termine el film para evitar que el “rigor” fílmico se transforme en su propio rigor mortis por aburrimiento.