16 octubre 2016

Beso del Escorpión, El / Curse of the Jade Scorpion, de Woody Allen

Francisco Peña.


Esta cinta de Woody Allen es un abierto homenaje al cine estadounidense de la década de los años 40. Combina las situaciones de la comedia romántica con las atmósferas del cine negro y de detectives.

Bajo este interés general, Allen elabora otros de sus magníficos guiones, con escenas donde toca algunos de sus temas favoritos: la confrontación de la pareja (en donde ahora triunfa el amor) y las equivocaciones absurdas en la realidad.



Esta vez Allen presenta un tono de comedia donde importan más los personajes y las situaciones que el chiste directo. Por esa razón, el público no estalla muchas veces en sonoras carcajadas pero mantiene una sonrisa permanente durante la proyección.

Esta sonrisa permanente se deriva también del placer de ver una historia en pantalla finamente armada.


Otro acierto es que Allen regresa a actuar en sus propias cintas, luego del grave miscast de Kenneth Branagh, que ocupó como actor el lugar del clásico personaje alleniano en Celebrity / El precio de la fama.

Los puntos narrativos en los que Allen basa su comedia El beso del escorpión son los personajes de C. W. Briggs (Allen) y Betty Ann Fitzgerald (Helen Hunt). Curiosamente, el planteamiento inicial es semejante a la comedia romántica Lo que quieren las mujeres / What women want, donde también actuaba Helen Hunt. Una mujer ejecutiva con iniciativa, agresiva, pone a temblar a un empleado reconocido de la compañía. En medio de la lucha profesional, la pareja que “aparentemente” se odia termina envuelta en un clásico romance.


Pero Allen sigue las vías tradicionales de la comedia romántica de los 40, incorporando en dosis su propio humor, su visión de los personajes, y una atmósfera particular de homenaje.

La pareja Briggs – Fitzgerald tiene éxito cada uno a su manera, pero la combinación de caracteres es desastrosa. Briggs es un investigador privado de una aseguradora, cuyos triunfos se deben a la intuición, a la suerte y a los contactos con el bajo mundo. Betty Ann Fitzgerald confía en los nuevos métodos de administración que se presentan como más científicos. A partir del hecho empiezan los encontronazos y el humor de Allen.


Pero el giro narrativo siguiente complica las cosas. Ambos son hipnotizados por el ilusionista Voltan y representan una escena de amor en el escenario. El medio para hipnotizarlos es un dije: el escorpión de jade. Pero además, Voltan deja dos palabras sembradas en el inconsciente, que le permite tener a ambos bajo control y que cumplan su voluntad.

Bajo ese influjo Briggs se convierte en ladrón de joyas y comete dos asaltos.


La situación se complica para Briggs porque tiene que perseguirse a sí mismo sin saberlo. Además, Betty Ann contrata a otros detectives “para que lo ayuden”. Las cosas se complican al grado de que el es el principal sospechoso. Pero a estas complicaciones Allen suma la relación Briggs – Fitzgerald.

Fitzgerald tiene una relación con el jefe de ambos Chris Magruder (Dan Aykroyd), que él duda en formalizar. De ambas cosas surge un encuentro fortuito entre Briggs y Fitzgerald donde ella se va a suicidar y él la salva. El tono de la relación empieza a cambiar.


A partir de estas líneas generales Woody Allen desarrolla todas las escenas con un toque de humor negro, absurdo y comedia, todas balanceadas.

A lo largo de la cinta. Allen cuenta toda la historia en un ambiente que recrea a detalle el cine de los años 40. No se trata de una reconstrucción histórica sino fílmica. A lo que remite es a las películas de Katherine Hepburn, Barbara Stanwyck, Laureen Bacall y las divas de la época.


Este sello se imprime en la puesta en escena, en la fotografía, en la iluminación, en las ambientaciones detalladas al extremo. Pero la creatividad de Allen se plasma cuando juega con esos ambientes y ofrece el lado humorístico.

Nada más alejado de un detective de cine negro que el vulnerable Allen, pero nadie como este director para deambular por los homenajes a distintas corrientes cinematográficas, imprimir su propio sello, y mantener al espectador con la sonrisa dibujada en el rostro.