04 junio 2016

Rocío Dúrcal - En memoria / Aún tengo 17 años

Francisco Peña.


Puedo ver a Rocío Dúrcal en la pantalla del recuerdo cuando era sólo una adolescente de 18 años, y yo (y muchos más de mi generación) acababa de llegar a la edad adolescente de 12 años. Por azar del destino, Rocío Dúrcal se convirtió en ese luminoso objeto de deseo que solamente a esa edad queda grabado en la memoria de una generación.


No fui su fan rabioso pero la chica española tenía un duende especial que las otras figuras pop de principios de los 60 o no tenían, o perdieron en el camino. Por ese duende con el que la Dúrcal provocaba en nosotros una atracción fatal muy inocente, cuando fui adolescente tempranero me chuté todas sus películas desde Canción de juventud (1962) hasta Acompañame (1966), donde me corté la coleta visual como los toreros.


Entonces yo no lo sabía pero Rocío era una figura del cine franquista español dirigido a las familias y adolescentes, salpicado con canciones sin llegar a la comedia musical “a la gringa”. Canción de juventud es el ejemplo más claro. Todo ocurría en un internado de monjas donde Rocío tenía sus primeros amores pero sufría melodramáticamente porque su padre estaba ausente, por ser un concertista de piano de fama internacional. Volver a verte cerraba la cinta: Rocío la cantaba acompañada de una pianista normal y, en medio de la canción llegaba el padre sin que ella lo viera, se sentaba al piano y ella lo descubría por el estilo más vigoroso en la ejecución. Allí está la canción, allí está el giro en el piano, allí está la imagen.



Lo que no giró ni cambió en esa etapa de su carrera era su magnífica voz que destacaba en los tonos altos, con una potencia y claridad de la que carecían sus “competidoras”. Plasmó esa voz en los filmes Rocío de la Mancha (1963), Tengo 17 años (1964, que dejo la canción homónima), La chica del trébol (1964, que dejó Trébole), Más bonita que ninguna (1965) y Acompáñame (1966), donde el dueto con Enrique Guzmán se volvió un clásico romántico de esa generación y sus antecesoras. Hasta la fecha se la oigo cantar a mi madre y a veces irrumpe en mi memoria como una ladrona sentimental.





“¿Bueno? ¿Por cuál vota?” era frase de cajón en la radio de los 60, y así los medios de comunicación armaron distintas “rivalidades” artificiales, con Angélica María especialmente pero también con la “otra”: Marisol. Así dejábamos todos una lanota al Telmex de entonces. Había que impulsar todos los días a nuestra favorita a la victoria. Angélica María tripulaba su mexicanidad y su rock gringo cover como armas en el “enfrentamiento radial”; la Dúrcal se defendía con su duende personal y un salero más cercano a nosotros que el rock: hoy ya nadie se acuerda quién ganaba. Del trío, la güerita Marisol era más atractiva físicamente, pero frente a las dos se fue apagando y no tuvo su estatura mítica; terminó encuerándose en pantalla tratando de sobrevivir sin evitar su ocaso definitivo.


Pero la Dúrcal también pasó por una crisis artística. La fórmula juvenil se agotó porque Rocío creció y sus fans con ella. En la década de los 70 ya andaba de capa caída.


Pero a diferencia de otras estrellas juveniles (¿ya pensaron las chavas hojalateadas de RBD qué les espera en el futuro?), la Dúrcal se lanzó a una reingeniería artística de punta: se reinventó a sí misma por completo de la mano de Juan Gabriel y de la música mexicana.


Esta segunda etapa es la que más ha calado en el gusto de las nuevas generaciones y, sea o no la mejor intérprete de Juan Gabriel, su voz y duende están asociadas a varias de sus canciones. ¿No me creen? Hasta hace unos años en el Día de las Madres sólo se oía Las Mañanitas como música de cajón. Hoy toda celebración maternal (incluidos cumpleaños, santos y demás yerbas) no está completa sin la melancólica Amor Eterno, cantada única y solamente por Rocío Dúrcal.



Con estas imágenes musicales más recientes es como ella entró al imaginario popular mexicano, al verdadero, al que no distingue clases sociales ni el paso del tiempo entre generaciones. Allí estará en ese recuerdo de cultura viva que todos compartimos.


Pero en mi baúl personal, junto con las canciones de Juan Gabriel que Rocío Dúrcal hizo suyas, también la oigo y veo en Tengo 17 años donde, esquivando la censura franquista misógina, se convertía en la joven moderna que impulsaba a los chavos a descubrir, en una fábrica artesanal, el color bermellón, llamado “rojo Natalia” en su honor. Gracias a ella, en ocasiones me doy el lujo de aún tener 17 años (o 12, para el caso es lo mismo).