07 mayo 2016

Evangelio de las maravillas, El, de Arturo Ripstein

Francisco Peña.

“El Cine lo enseña todo”.


“El Evangelio de las Maravillas”, de Arturo Ripstein, narra una anécdota alrededor de una comunidad de iluminados cristianos, que más parece salida de Waco, Texas, o guiada por Koresh, que otra cosa. La Mamá Dorita (Katy Jurado albureada y con albur de por medio) se dedica a profetizar a una comunidad de elegidos que se han retirado del mundo para fundar una comunidad llamada “La Nueva Jerusalem” en algún sitio de la provincia mexicana.



Sin mostrar jamás una agresión del exterior, la comunidad está protegida por el Ejército Mexicano, que convive y desayuna con los iluminados. Allí Rafael Inclán, como el sargento encargado del grupo, trata de enderezar a su sobrino homosexual, también soldado, pero que decide fugarse a la comunidad como forma de escape.

Adentro no hay radio ni medios de comunicación, pero se permite la prostitución entre los “pescaditos” en la Casa de las Magdalenas, mientras otros la hacen de centuriores o trabajan en el Taller de las Marthas. Allá van a parar, sin pensar ni meditar ni nada, así nomás, dos mujeres del medio de la prostitución y llevan entre sus curiosidades un juego electrónico de mano.


Huyen de un suicidio de un cliente y de la investigación policíaca.

Dentro de la comunidad, Mamá Dorita (albur de por medio, tan chafa como la película) espera a la virgen elegida que la reemplazara y que dará a luz al Mesías. Papá Basilio (Francisco Rabal), su esposo, es un aficionadísimo al cine y recuerda películas bíblicas de Hollywood mientras ve vidas de Cristo en 16 mms. Este interesante punto no pasa más allá de la cinefilia del personaje.

En medio del desbarajuste, les enseña episodios bíblicos so pretexto de que “el cine lo enseña todo”, hasta la religión (se ve que nunca habló de las malas películas como ésta, donde se enseña a no ir al cine). Una de las dos mujeres nuevas, Tomasa (Edwarda Gurrola) trae un “Game Boy” y Mamá Dorita, por ese hecho, cree que es un comunicador con Dios y la proclama su sucesora antes de su muerte. Así de fácil: de la tecnología como apantallapendejos (casi un dogma del cinebasura preferido por ciertos filmópatas).


La chica arma un cambio completo, se entrega analmente a todos los centuriones o guardias, siendo así virgen y prostituta (¡oh, complejísimo concepto desmitificador!). El tejido social de la comunidad se deshace con las nuevas reglas y, como forma de explosión ante las falsas promesas, asesinan al homosexual por relacionarse con la profetisa Tomasa. La comunidad se hace pedazos y sólo unos cuantos siguen con Tomasa y Papá Basilio para hacer una refundación de la secta.

Las imágenes finales nos presentan a Papa Basilio viendo su propia película, su propia refundación, en 16 mms., en medio de la lluvia.

A lo largo del film, ya que “el cine lo enseña todo”, Ripstein pretende analizar o mostrar las relaciones perversas que se establecen entre cierta mentalidad religiosa y sus manifestaciones de represión - explosión sexual. Los temas sexosos, caros al autor (Principio y Fin, por ejemplo) en esta ocasión llegan al solipsismo, a la autocontemplación estéril, a la vulgar masturbación mental filmopática.


Tanto quiere Ripstein mostrar la relación entre la enajenación religiosa y su manifestación sexual -represiva y orgiástica-, que no se llega a nada porque la acumulación de situaciones presentadas se desfonda en la perdida de sentido de toda la obra.

A la mejor, la intención era sólo mostrar un hecho y no analizarlo, pero lo que se narra carece de profundidad a lo largo de una serie de cuadros o “misterios” que chocan con la estructura a la que parecen remitirse (“flashbacks”). Dentro de esta hilación, los personajes no dan muestras de lo que son: profetisas que dan órdenes pero de las que no se conoce la fuente de ese poder, latinajos cuya causa de expresión y uso jamás se aclara, decisiones que no se comprenden y menos se entiende la obediencia a las mismas.


Las imágenes de la película quieren llegar al barroquismo, a la acumulación de significados a través de los elementos de vestuario, escenografía y utilería. Pero esta acumulación también se desfonda. Esta Nueva Jerusalem no sólo es pobre en medios materiales y espirituales sino también narrativos y visuales.

La acumulación harta al espectador, lo acorrala sin llevarlo a ningún lado porque no tienen objetivo, no demuestran nada más de lo dicho en los primeros minutos. Como no hay confrontación con el exterior de la comunidad, ni intercambio entre las problemáticas de los personajes, ni conflicto, tampoco lo hay en las imágenes de la cinta. El tedio comienza a extenderse junto con el sin sentido.

Aun los cambios introducidos por la hermana Tomasa, la virgen – puta (¡oh, de nuevo, que desmitificante!), no implican ninguna revolución ni alteración en la inercia de la trama ni de la película. Son la continuación de las mismas obsesiones ripsteinianas… por los mismos medios.


Finalmente, la cinta sólo tiene un eje sobre el cual gira y regresa obsesivamente: lo grotesco. El final es el clímax no de una película, sino de lo grotesco que narra.

En este caso, aunque se quiera mencionar a Buñuel en su uso de lo grotesco, no se puede dejar de mencionar que Buñuel equilibraba los elementos y que para resaltar lo grotesco lo enfrentaba a lo normal para subvertir ambos.

Aquí, en este caso, lo grotesco no tiene espejo ni contendiente, queda sólo en expresión de si mismo. El hecho de que se muestre una relación perversa entre religión y sexo queda claro desde el inicio… el resto son variaciones hasta la nausea y el vómito sobre el mismo tema en forma cada vez más grotesca: la proposición se pierde en medio de la reiteración excesiva de su forma de expresión.


“El cine lo enseña todo”, hasta lo fallido, lo inútil o lo desperdiciado. El cine es la fábrica de sueños y pesadillas, personales o comunitarias. “El cine lo enseña todo”, hasta películas solipsistas que no establecen resonancia con sus espectadores. Como Papá Basilio viendo su propia película, la cinta se queda sola contemplándose a si misma en plena masturbación mental, visual y narrativa.

Ripstein tiene todo el derecho de expresar sus obsesiones, sus temáticas preferidas y narrar lo que considera significativo. Tiene el derecho de obtener su financiamiento, realizar su producto y exhibirlo a quien desea verlo.

Yo sólo puedo usar el derecho que corresponde al espectador como receptor de la comunicación cinematográfica, basado en que es mi propia mirada, mi propia vista la que está en juego. “El cine lo enseña todo”, pero mi mirada es libre de seleccionar lo que me muestra el cine. Personalmente elijo en este caso particular no ver, no mirar, no usar mis ojos en este tipo de películas.



EL EVANGELIO DE LAS MARAVILLAS. México- España - Argentina 1998. Producción: Producciones Amaranta, Gardenia Producciones, IMCINE, Aleph Producciones, Wanda Films, FFCC, Jorge Sánchez, Laura Imperiale. Dirección: Arturo Ripstein. Guión: Paz Alicia Garcíadiego. Fotografía en color: Guillermo Granillo. Edición: Ximena Cuevas. Intérpretes: Francisco Rabal (Papá Basilio), Katy Jurado (Mamá Dorita), Carolina Papaleo (Nélida), Edwarda Gurrola (Tomasa), Bruno Bichir (Gavilán), Patricia Reyes Spíndola (Micaela), Rafael Inclán (Dedal), Rodrigo Ostap (Fidel). Duración: 112 minutos. Distribución: IMCINE