01 septiembre 2015

Nada, de Juan Carlos Cremata

Francisco Peña.

La innovación formal, el manejo de imágenes y la creatividad visual de NADA, la convierte en una de las mejores películas cubanas que se hayan exhibido en México en el primer lustro del siglo XXI (2000-2005), según mi opinión.


Su director, Juan Carlos Cremata, es egresado de la Escuela Internacional de Cine y TV, ubicada en San Antonio de los Baños, Cuba, creada por Gabriel García Márquez, y se nota...



Es curioso como una cinta centrada en poquisimos personajes, casi intimista porque sólo uno de ellos es el central, despliega al mismo tiempo una intensa creatividad visual, moderna, dinámica y con un toque de humor muy agradable.


Esta aparente paradoja se resuelve alrededor de un guión sencillo y adecuado que se expone con muchos recursos visuales. Desde los créditos de entrada, Cremata muestra su imaginación visual y expone directamente al espectador su propuesta.

La cinta se presenta en blanco y negro con detalles de color, que muestra una Habana en cámara rápida que muestra el paso de las horas, los cambios del sol, el movimiento de la gente. Dentro de ese cosmos social el director se cierra a un solo personaje, Carla Pérez (actuada por una excelente Thais Valdés).


Esta joven mujer trabaja en el correo mientras espera el resultado de la lotería de visas para el ingreso permanente a los Estados Unidos, a la que la inscribió su madre, residente en Miami. Su trabajo es poner los sellos que cancelan los timbres y mientras lo desarrolla sufre un accidente y derrama café sobre una carta. Se la lleva a su casa y la seca. Por curiosidad lee el contenido: es una carta de amor malísima, pésima... y como una nueva escribiente florentina decide "arreglarla", darle una nueva voz al sentimiento con una redacción más adecuada y romántica.

Así, la soledad de la chica se transforma en un vigor literario que hace de la comunicación epístolar todo un acontecimiento gozoso. Todos los días se lleva cartas nuevas, a las que recompone para darle vigor a los sentimientos. Una hija distante y fría que escribe a su padre se transforma -vía Carla Pérez- en una hija amorosa, que extraña la presencia del padre y que le expone cuanto lo quiere. Claro, cuando el padre lee la carta se emociona hasta las lágrimas.


Carla se vuelve una traductora de cartas, en donde vuelca también su sensibilidad y sus capacidades de escritora amateur. De alguna manera va reinventando personajes, facilitando la comunicación y, poco a poco, reconstruye la vida emocional de remitente y destinatario, convirtiéndola en más humana.

Esta anécdota sencilla se redondea con los personajes secundarios, la vecina chismosa, el joven cartero cómplice del delito, la jefa de la oficina postal que es blanco de la crítica antiburocrática. Este último personaje está actuado por Daisy Granados, actriz símbolo de toda una época del cine cubano.

La sencillez de la historia, que descrita en papel suena casi banal o de lugar común, se sostiene en tres pilares importantes.


El primero de ellos es el trabajo actoral de Thais Valdés. La actriz mantiene la verosimilitud de Carla Valdés, de sus múltiples horas de escribiente y melómana, con un trabajo natural y fresco. No hay drama exagerado ni un bajo perfil que estorben al personaje. Su actuación hace creíble a Carla en la meditación, en la oficina, en la búsqueda del propio amor y en la soledad de su departamento. La naturalidad de las reacciones del personaje están ancladas en el trabajo actoral donde se ve que Thais Valdés goza de su personaje de Carla Pérez en una deliciosa simbiosis creativa.


Dicha simbiosis ayuda a los tonos de comedia que aparecen en la cinta. Tres ejemplos: la risa natural de Carla frente al burocratismo de su nueva jefa; el intento de robo de cartas distrayendo a su amigo el joven cartero, el pitorreo de la televisión...

Pero Cremata se da sus lujos como guionista y realizador. Tiene también buenos momentos melodramáticos apoyado en sus imágenes. Una de las cartas que Carla reescribe está destinada a una mujer enferma que quizás se suicide. La manda su mejor amiga y, mientras se oye la voz en off de la carta reescrita de Carla, que la anima a seguir viviendo, la mujer ejecuta los pasos de un suicidio en una tina. En una casa derruida, la mujer se desnuda e intenta suicidarse. La plasticidad de esas imágenes combinada con la situación narrada da por resultado una secuencia muy poética.



El segundo pilar es el manejo de la palabra oral y escrita en la cinta. Este es el resultado de un guión pulido y trabajado, en el cual no se perdió la frescura. Los estilos de las cartas originales son distintos, pero todos tocados por una falta de habilidad en el manejo del lenguaje, lo que hace aparecer a las emociones expuestas como frías, distantes, agresivas o de plano egoístas.
Carla Pérez extrae lo mejor de su contenido y les da una voz más tersa, humana y sentimental. Saca lo que está debajo del iceberg y no sólo le da presencia: le da vida y emoción. El resultado es que, cartas vienen y van, pero la comunicación entre emisor y receptor mejora considerablemente. Las vidas de quienes se cartean se llenan de alegría y humanismo. Todo como resultado del cálido rejuego epistolar.


El tercer pilar es la realización visual. Nada de lo que he descrito estaría vivo en pantalla si Juan Carlos Cremata no jugara con placer, creatividad y humor con sus imágenes. Se ve que le gusta el cine y, en lugar de ponerse pomposo, deja que lo lúdico se apodere de su cinta.

Como decía, es una cinta en blanco y negro con detalles de color en lápices, lámparas, juguetes. Juega con disolvencias, ediciones cortadas y otros recursos del cine modernista, dónde la manera de narrar tiene la misma importancia en la película que la historia narrada. Juega con dibujos en el cuadro, mete elementos de animación y aprovecha muy bien los recursos del cine.

Por ejemplo, Cremata usa la voz en off de Carla, que medita sobre una nueva carta, mientras en pantalla la escritura se va plasmando sola en el papel en blanco. También usa la cámara rápida combinada con música clásica y cubana, lo que le da un sello especial a las escenas que resultan de este crisol.


Esta constante presencia creativa sobre las imágenes sostiene el ritmo de la película aún en momentos de debilidad del guión que aparecen hacia el final de la cinta. Es allí donde se plantea la disyuntiva final para Carla Pérez: ¿desea irse a Miami o permanecer en la Habana?

La credibilidad sobre la decisión de Carla Pérez, si es verosímil o no, dependerá del espectador, de su formación política, ya que la decisión final del personaje es la única declaración política de peso de la cinta.

Por lo demás, estamos frente a una cinta cubana digna de verse, que demuestra que tanto la palabra como el cine sirven para algo, dentro de un marco de gozo y placer por la vida y por el cine mismo.

Producción : ICAIC, PHF Films, DMVB Films e Intramovies. Dirección : Juan Carlos Cremata Malberti Guión : Juan Carlos Cremata y Manolito Rodríguez Países : Cuba-España-Francia-Italia Año : 2001 Fotografía : Raúl Rodríguez Cabrera Música : Edesio Alejandro Edición : Antonio Pérez Reina Actores : Thais Valdés (Carla), Nacho Lugo (César), Daisy Granados (Cunda), Paula Ali (Cuca), Verónica López (Concha), Luis Manuel Iglesias (Calzado), Raúl Pomares (Cartero) Producción: ICAIC, PHF Films, DMVB Films, Intramovies, Camilo Vives, Sara Halioua, Antonio Pérez, Thierry Forte Duración : 92 minutos Distribución : Macondo.