11 marzo 2015

Rita Hayworth

¡Rita Hayworth!

En recuerdo de Rita Hayworth, that seductive fellow libran…

El 17 de octubre de 2008 Rita Hayworth, la pelirroja implacable, hubiera cumplido 90 años. Hoy recordamos su sonrisa, que iluminó la oscuridad de cines y sueños húmedos de los cinéfilos.

Francisco Peña.

De golpe levanta la cabeza y su cabellera pelirroja cae sobre sus hombros desnudos. Sus ojos ríen con picardía mientras su boca, de labios plenos, deslumbra con su mejor sonrisa: Rita Hayworth, diosa de la feminidad fílmica, brilla en uno de sus mejores close ups en la mítica película Gilda (Charles Vidor, 1946).


A los 27 años, con esta cinta, la joven Margarita Carmen Cansino llegó a la cima de su carrera cinematográfica gracias a su transformación en la actriz Rita Hayworth, desde entonces una de las diosas indiscutibles del cine clásico de Hollywood. ¿Cómo fue que una joven con el pelo teñido de negro, hija de padre español y madre irlandesa y ambos bailarines, se convirtiera en una de las mujeres más deseadas del cine? Sencillo, pasó por una reingeniería de imagen que en lugar de transformarla en otra persona la devolvió a su origen: le regresó su auténtica cabellera pelirroja y la dejó crecer como a ella le gustaba; la hizo bailar con los mejores (Fred Astaire, Gene Kelly) como sólo ella sabía hacerlo desde los 8 años y mostró su cuerpo perfecto hasta donde lo permitió la censura.


¿Fue el secreto de su popularidad y su mito? No exactamente. Existían actrices más bellas aunque se contaban con los dedos de la mano y sobraban; de todas ellas, distantes e inalcanzables, era la única con una hermosura terrenal al alcance de la mano. Rita Hayworth era la mujer con la que uno podría encontrarse en la realidad, en el trabajo, en la misma ciudad. Su imagen sí emanaba un encuentro posible, donde Rita misma podría sugerir ir más allá del “misionero imposible” en una “misión posible”.

El espectador fue seducido por sus senos, cuyas curvas y volumen naturales (copa 5C) se resaltaban con telas vaporosas que parecían una segunda piel: más insinuantes y eróticos que un body painting actual. Atrayentes como imanes, con la medida exacta para embonar con otras manos que los acariciaran, formaban parte de un cuerpo espigado de proporciones equilibradas que mostraba en el baile.


En la escena más famosa de Gilda (https://www.youtube.com/watch?v=e-LO9Ay6v_M), Rita enciende la pantalla con un "streap tease" donde sólo se despoja poco a poco de un largo guante negro mientras canta “Put the blame on Mame, boys” (Échenle la culpa a Mame, muchachos…). En una sinfonía erótica combina sus hombros desnudos con su espalda mientras sus manos dejan caer su pelo en cascada una y otra vez: imagen total que exhala, y provoca, deseo. Su frase “No soy muy buena con los cierres… pero si alguien me ayuda” se volvió clásica.




Todo combinaba con sus piernas exquisitas, “tormento torneado” como las llamó Guillermo Cabrera Infante. Las fotos de Rita en traje de baño como pin up (youtube.com/watch?v=XTawyU9Ns3E) las muestran con generosidad: largas, proporcionadas, con tono muscular, tersas. El cine clásico estadounidense, avaro visual, las mostró poco y en momentos breves, pero vale la pena admirarlas en You were never lovelier (William Seiter, 1942) cuando baila con Astaire (https://www.youtube.com/watch?v=WUhhKELUxB0).



Ahora sumemos su rostro al conjunto. De inmediato destacan sus ojos, cuya mirada podía modular desde el enamoramiento inocente hasta la picardía prometedora dando a entender todo sin decir nada. Ojos enmarcados por su cabello pelirrojo, peinado e iluminado para ser elemento poderoso de seducción. Pero el sello de su personalidad brotaba cuando sus labios expresaban una sonrisa: cada espectador creía que estaba dirigida a él y a nadie más. Sonrisa única que invitaba irresistiblemente a besar sus labios durante instantes eternos. Nadie ha sonreido en Hollywood como Rita Hayworth.

No extraña que dentro y fuera de la pantalla sus admiradores fueran legión. Cuando tenía entre 21 y 28 años alternó en cine, entre otros, con:

Tyrone Power – Sangre y arena, Mamoulian, 1941
Cary Grant – Only angels have wings / Sólo los ángeles tienen alas, Howard Hawks, 1939
Henry Fonda y Charles Boyer – Tales of Manhattan, Julián Duvivier, 1942
Glen Ford – The Lady in question, Charles Vidor, 1940; Gilda, Charles Vidor, 1946
James Cagney – The Strawberry Blonde, Raoul Walsh, 1941
Fred Astaire – You’ll never get rich / Desde aquel beso, Sydney Landfield, 1941; You were never lovelier / Bailando nace el amor, William Seiter, 1942
Gene Kelly – Cover Girl, Charles Vidor, 1944
Douglas Fairbanks, Jr. – Angels over Broadway, Ben Hecht, 1940
Victor Mature – My gal Sal, Irving Cummings, 1942
…y añadan después a Frank Sinatra, claro.


Curiosamente, para la trivia no trivial, una de sus primeras películas la filmó en el cine mexicano. Fue Cruz Diablo, de Fernando de Fuentes, en 1934. No aparece en créditos pero es reconocible en pantalla. Otra trivia nada trivial es que Rita Hayworth fue la primera de sólo seis actrices que fueron compañeras tanto de Astaire como de Kelly (después lo fueron Cyd Charisse, Debbie Reynolds, Leslie Caron, Judy Garland y Vera Ellen). De hecho Astaire, en sus memorias, habla muy bien de la técnica, perfección y vivacidad de Rita en el baile al punto de que la consideró su mejor pareja en el cine (sorry, Ginger).


Fuera y dentro del cine cautivó al genio Orson Welles. El creador de El ciudadano Kane dejó embarrado el corazón con Rita con quien tuvo una hija, Rebecca. Los viejos acapulqueños recuerdan la filmación de exteriores de La Dama de Shangai (Welles, 1948) durante la cual la pareja se separó definitivamente. Allí Welles la transformó en rubia y le cortó el pelo y, en plena “venganza” fílmica tuvo que “matarla” en la famosa secuencia final de los espejos.


Hechizó a Guillermo Cabrera Infante, Plinio Apuleyo Mendoza y Manuel Puig tituló La traición de Rita Hayworth a uno de sus libros. GCI le dedica unos de sus artículos en su librazo Cine o sardina (ver p. 251).

Como ocurrió con ellos, soñadores consetudinarios de Rita en cada uno de sus estrenos, cuando un cinéfilo deja todo atrás —sueño, citas, trabajo— por verla en uno de sus films, no lo regañen, no rompan el encanto. ¡Mejor échenle la culpa a Rita!