13 marzo 2015

Coronación, de Silvio Caiozzi

Francisco Peña.


La cinta chilena, del director Silvio Caiozzi, tiene una magnífica realización, ambientes muy logrados, un trabajo de cámara impecable y una puesta en escena muy digna. Sin embargo, para quien esto escribe, el tema me resultó frío y lejano.

La película se basa en la novela homónima de José Donoso, escrita en la década de los años 50. Es decir, alrededor de 50 años han pasado entre la generación de la anécdota en la novela y la película que la recoge en cine.



En resumen, la trama de Coronación se centra en una casa de la alta burguesía en decadencia. Allí solamente vive la abuela y, en ocasiones, su único descendiente: su nieto Andrés. Además se suman dos mujeres de la servidumbre.

Para cuidar a la abuela, llega de provincia una chica de 17 años, Estela. Obvio, a Andrés se le antoja la chica y la mira desde lejos. Paulatinamente se va enamorando de ella sin atreverse a decirle lo que siente.

La relación Estela – Abuela oscila entre los insultos racistas y seniles de la vieja y los llantitos de la chica; entre promesas de herencia, consejos y momentos de intimidad donde la abuela le recita poesías a Estela.


Pero Estela conoce a Mario, un soldador. Se enamoran y Estela queda embarazada. Mario tiene un hermano, pequeño ladrón de baja estofa.

Andrés descubre el noviazgo de Estela y lo obstaculiza de todas las maneras posibles: los sigue, los espía, corre a Mario de la casa. Luego de que se entera del embarazo intenta hablar con Mario y sólo consigue que el hermano ladrón entre a su casa.

Resultado: los hermanos asaltan la casa con la complicidad de Estela. Al señor Andrés sólo le interesa saber si Estela lo quiere o no.

Toda esta anécdota está contada con habilidad cinematográfica innegable. Caiozzi demuestra su buen oficio de director y la novela se transvasa con cuidado en el detalle, en la psicología de los personajes y con buenas actuaciones del cuadro de actores.

El problema surge en la historia en sí misma. Han pasado cerca de 50 años de que fue escrita la novela y mucho agua ha corrido bajo el puente. Las cosas han cambiado en la realidad y en el ámbito del cine latinoamericano.


Algunos han declarado su apoyo a la cinta porque muestra las relaciones de clase. Pero en la cinta de Caiozzi los hechos NO están motivados por una condición de clase por si misma de los personajes, sino por el manejo melodramático de la anécdota.

A pesar de ciertos rasgos de clase, las motivaciones de los personajes son menos complejas que una conciencia de clase, o cuando menos de una condición de clase. Los resortes de conducta y sus motivaciones son sentimentales. No surge entonces ni la sombra de un melodrama político, aunque la película esté muy bien realizada.

Por ejemplo, el asalto se planea no para robar al rico, o porque somos pobres. Mucho menos por el hecho de tener cierta conciencia social de justicia. No hay nada detrás del deseo de robar.

También el enamoramiento platónico de Andrés no tiene tintes sociales o de clase. No le avergüenza el hecho de enamorarse de una sirvienta, que no es de su clase, sino su propia soledad. Lo que le preocupa es que la gente descubra su vulnerabilidad personal.

Si el cinéfilo que ha visto esta cinta enlista las situaciones narrativas de los personajes, descubre de inmediato su semejanza con la construcción de las telenovelas.

Después de escrita la novela han pasado 50 años en los cuales la televisión latinoamericana ha tomado, creado, reciclado y sobreexpuesto ante el público televidente estas mismas situaciones melodramáticas.

Una y otra vez, en diferente medida e intensidad, con éxito o fracaso, la televisión carcomió hasta la nausea el género en que se basan las situaciones de la película de Caiozzi. ¿Qué eco pueden tener las tonterías emocionales de un burgués enamorado que proviene de los años 50?

No sólo el género se gastó por su uso inclemente en la televisión. La realidad social cambió y las relaciones de clase tomaron otras formas para manifestar sus contenidos.

En ese sentido, Caiozzi no hace una obra de época, ubicando su cinta en los 50s. Al contrario, ubica la acción en la actualidad. Si la hubiera dejado en su época, la credibilidad de la película sería distinta y mejoraría.


En ese sentido no toma en cuenta que una burguesía decadente, gracias a la globalización de los últimos años, le hubiera sido imposible sostenerse en esa condición. Como muchas familias lo saben en carne propia en Latinoamérica, este tipo de vida se desplomó económicamente hasta llegar a clase media media o media baja.

Los sueños de grandeza ya pasada de este tipo de burguesía, representados en platería,.muebles, libros, cuadros, alfombras y muebles, hace tiempo que caminaron hacia el remate, la venta de garage, o desaparecieron en manos de los bancos por los altos intereses derivados de crisis tras crisis, tipo “el error de diciembre”.

Burgueses como Andrés han desaparecido como los dinosaurios o son casi, casi, de exhibición en museo.

En cambio, los burgueses en decadencia que se vieron vivos sobrevivieron, como el doctor amigo de Andrés. O brindan sus servicios a las transnacionales, o sirven a la alta burguesía que se adaptó o aprovechó los movimientos de la globalización.

En ese sentido, el único personaje actual es el Doctor. Instalado en la nostalgia de oir sólo la música de su adolescencia, se divierte con su casa tecnologizada, con su aparato de sonido, en una borrachera que enseña que sus problemas son muy distintos de los de Andrés. Sus relaciones son pasajeras y carecen de romanticismo. Pero el Doctor sólo aparece en una secuencia…

La situación de las clases bajas tampoco se plantea en forma actual. Los robos son para beber y quemarse el dinero en antros de cuarta. Pero no los vemos con hambre, con problemas para pagar la renta, desempleados o de plano pensando en que comerán mañana.

Ellos también están instalados en una mecánica melodramática ya superada por el paso del tiempo y por el desgaste del género creado por la televisión.

Es perfectamente válido que Caiozzi haga su película con este tema, con esta estructura narrativa, porque puede ejercer su libertad de decisión. Pero la anécdota deja frío al público. O no le dice nada nuevo, o de plano no tiene puntos de contacto con su realidad de clase social, sea en un extremo o en el otro. Para las clases baja y media, interesados en la sobrevivencia diaria, el conflicto de un burgués quedado y enamorado le significa poco o nada. Para la burguesía que remontó las olas de sucesivas crisis económicas no tiene que ver con su realidad actual globalizada.



Así pues, ¿qué deuda tiene el cine latinoamericano con este tipo de historias melodramáticas? ¿Por qué aun no termina de pagarla?

La razón se encuentra en las condiciones económicas y creativas del cine latinoamericano en el pasado y el presente.

Una parte significante del cine latinoamericano se alejó del melodrama y se metió en otros ambientes con temas más políticos. Desde las alegorías de Glauber Rocha y el Cinema Novo brasileño (Antonio das Mortes, por ejemplo) al cine chicano pasando por el cine político argentino, los cineastas buscaron nuevos caminos. El melodrama de este tipo quedo varado en el cine industrial.

Pero el cine industrial latinoamericano no tenía desarrolladas las capacidades financieras, técnicas, guionísticas y de realización para hacer un buen producto comercial con un melodrama.

Y el tiempo pasó. La estafeta la tomó la televisión y el resto es historia.

En ese sentido hay una deuda. E intentando hacer una y otra vez bien un melodrama de este tipo también el tiempo pasó. Parte del cine latinoamericano no se subió al modernismo del cine internacional, ni intentó narraciones de cronología no lineal. Otros tipos de cine y de maneras de contar las cosas surgieron en otras partes, pero en esta zona geográfica se pudo experimentar poco con ellas.

Finalmente empezaron a surgir condiciones generales para que el cine latinoamericano contara de manera adecuada, y en ocasiones brillante, sus propias historias. Surgen técnicos con capacidad y creativos, fotógrafos de renombre, buenos actores siempre han existido. A la parte creativa sólo le faltaba adquirir lo más difícil: buenos guionistas y buenos directores. Ambos ya están a la vista en varios países.

Por la parte económica, rasguñando los recursos de muchas fuentes, se ven esfuerzos fílmicos de distinta calidad que si tienen ya respuesta en taquilla. Buenas o malas, las películas hacen eco en el público latinoamericano porque narran un pedazo de su realidad cotidiana, pedazos de sus problemas actuales. Este público quiere reconocerse en pantalla y lo goza cuando así ocurre.

Mientras tanto, en Europa están dando la vuelta para regresar al inicio. De las narraciones clásicas lineales, se pasó a las narraciones cronológicas fraccionadas (tiempos, secuencias, experimentos, etc.). durante las décadas de los 70 y 80 el cine europeo, e inclusive el norteamericano, experimentó con las formas narrativas del cine.

Ahora, cuando la veta se ha agotado momentáneamente, se regresa a las narraciones clásicas lineales. Sea por voluntad propia (el movimiento Dogma 95), por condiciones de mercado internacional (cine francés o inglés) o por decisión de los realizadores (ejemplo, Bertolucci en Italia). Pero el encuentro con la narración clásica trae consigo el bagaje obtenido durante el modernismo.

El cine asiático (al igual que el iraní) descubrió años antes que el latinoamericano que lo mejor era narrar bien historias sencillas y propias. De preferencia argumentos actuales o cuyas situaciones hagan eco en el público aunque se refieran al pasado.

El cine latinoamericano también descubre este filón y empieza a explotarlo con ventajas.

Por eso no se entiende como Caiozzi, con su gran habilidad para manejar las formas cinematográficas, vuelva a un argumento cinematográfico que ya no dice nada, que no sostiene el interés, que es un gato revolcado desde hace 50 años en el ámbito latinoamericano.

Si la cinta Coronación triunfa en Europa es porque los europeos están de vuelta con las narraciones clásicas de tiempo lineal y esas, por fin, ya se narran en Latinoamérica con fluidez. Nos redescubren porque ahora nos asemejamos a lo que ellos quieren contar.

Pero los recursos financieros obtenidos con tanto desgaste bien pueden usarse para narrar lo que somos hoy y no lo que dejamos de ser hace tiempo. Quizás así, las formas cinematográficas que usa un cine latinoamericano más maduro se enfoquen en quienes somos, y nos reflejen nuestras propias interrogantes actuales para conocernos mejor. Ese, probablemente, será también el siguiente paso de Caiozzi y su innegable capacidad para realizar buen cine.

CORONACIÓN
Producción: Andrea Films, Guadalupe Bornard, Silvio Caiozzi, Abdullah Ommidvar. Dirección: Silvio Caiozzi. Guión: Silvio Caiozzi, sobre la novela homónima de José Donoso. Año: 1999. Fotografía en color: David Bravo. Música: Luis Advis. Edición: Fernando Guarinello. Con: María Cánepa (Elisa de Ábalos), Julio Jung (Andrés Ábalos), Adela Secall (Estela), Gabriela Medina (Lourdes), Myriam Palacios (Rosario), Luis Dubó (René), María Izquierdo (Dora), Jamie Vadell (Carlos Gross), Jaime Celedón (Aldo), Gloria Münchmeyer (Adriana). Duración: 140 mins.. Distribución: Arthaus.